Turismo Extraño

Dos o tres años antes de que Montserrat Caballé y Freddie Mercury cantaran juntos desde el Castell de Montjuïc en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, nuestra tía Esperanza decidió hacer un paréntesis en su vida y cruzar el Atlántico para instalarse en la Ciudad Condal a estudiar escritura de guiones. Poco antes de su partida, en una reunión familiar, la tía, generosamente, hizo una invitación general a todos aquellos que quisieran ir a visitarla al viejo continente.

Tengo recuerdos maravillosos de ese verano que pasamos Carlos Felipe, Valentina, Oscar Arturo, Juana y yo con la tía Esperanza en su apartamento de la calle Petrixol, que era en realidad el trastero de una tienda de antigüedades de la Plaza del Pi, que le había alquilado -con fantasmas y todo- a un feriante de del Barrio Gótico que respondía al nombre de Chema.

En aquella época Barcelona no era lo que es ahora y no había bicicletas públicas, ni paseos marítimos, ni chiringuitos en la playa. Durante el mes de agosto no quedaba ni un alma en la ciudad, salvo las que vivían con nosotros en el apartamento de Chema y que nos despertaban por la noche deambulando entre las habitaciones atiborradas de trastos.

Hicimos un turismo extraño, fantasmagórico, que a mitad de las vacaciones se tornó esotérico, cuando Pipe, Valentina y Oscar Arturo se fueron y Juana y yo nos quedamos solos, con un vacío inmenso en ese barrio medio desierto. A nuestros recién cumplidos once años, no se nos ocurrió nada más apropiado que matricularnos a clases de Tarot con Mariel, una bruja argentina que tiraba las cartas en el metro de Plaza Cataluña.